domingo, 27 de junio de 2010

Primer robot uruguayo especializado en la búsqueda de sobrevivientes.

Crear un proyecto desde cero, innovar algo que esté hecho, o desarrollar nuevo conocimiento son las tres opciones que ofrece la carrera de ingeniería para realizar una tesis. Sofía Silva, jefe de seguridad informática en IBM, y Juan Brenes, encargado del soporte técnico en canal diez; ambos estudiantes de Ingeniería en la Universidad de Montevideo, se han propuesto la primera opción. Y la han logrado con éxito. Su tesis final se materializa en un pequeño robot especializado en la búsqueda de supervivientes en zonas de catástrofes.



Umix, así se le denominó al proyecto, consiste en un pequeño auto mecánico capaz de pensar por sí mismo, identificar obstáculos en el camino y, mediante la conducción de un operador, encontrar supervivientes. Para crear este robot los estudiantes tuvieron que disponer de distintos elementos. La estructura mecánica se construye a a partir de un chasis de un autito de juguete junto a motores que se acoplan al mismo,que permiten hacerlo funcionar y controlarlo. El cerebro lo forma una placa BeagleBoard (BB),que se asemeja a un computador híper reducido. Entonces, en un pequeño espacio (esencial para ingresar en zonas de catástrofe) se encuentra la mente del robot y algunos circuitos anexos, los sensores de obstáculos y los sensores de simulación de reconocimiento de supervivientes. Estos son los que permiten reconocer si el auto se topa con algún obstáculo o superviviente.

La búsqueda de supervivientes no es sinónimo de la detección de supervivientes. “La personas suelen confundirse con esto”, explica Silva. Este robot no está diseñado para identificar personas. El sensor de detección de supervivientes no está aún desarrollado. Los estudiantes han realizado las investigaciones, han comprobado que dicho sensor existe pero no lo han llevado a la práctica, ya que se trata de sistemas complicados. Para identificar a una persona habría que desarrollar sistemas “robustos” capaces de reconocer sonidos como los latidos; y temperaturas, como el calor del cuerpo humano. Existen, pero la información no está disponible a la comunidad ciéntifica, el conocimiento acerca de cómo se desarrollaron dichos sensores no es público.

En sustitución del sensor de reconocimiento de personas, los estudiantes han utilizado un sensor infrarrojo. Este sensor se activa ante una determinada frecuencia infrarroja controlada por un control remoto. “Nos concentramos en toda la parte teórica y de investigación y no en hacer algo que hoy hoy sea real”, cuenta Brenes.




El sistema operativo del que se valieron fue el Linux, un programa Open Source. A diferencia del sistema Windows, Linux es un sistema de código abierto. “Windows la desventaja que tiene, es muy lindo, pero no podemos ver cómo es que hace las cosas”, explica Brenes. En cambio, en los sistemas de código abierto, “sabés línea a línea y lo podés modificar para que en vez de eso haga otra cosa”. En la comunidad Open Source hay gente desarrollando que le interesa compartir lo que desarrolla para que todos estén aportando. El concepto, la base de todo lo que es código abierto es que: “Si vos querés, mañana, ponerte a desarrollar, vos podés hacerle mejoras o cambios a un sistema operativo o a un programa que sea de código abierto”. Este es un foco importante del proyecto UMix, se utilizan herramientas para que cualquier persona interesada pueda seguir trabajando sobre el proyecto. “El foco siempre fue el desarrollo de una plataforma y el una base para futuros proyectos”, afirma Silva.


A su vez el robot se conecta a internet con un módem 3G, módem “normal” (el que se utiliza hoy en una computadora común para conectarse a internet). Y tiene un servidor, que permite que cualquier operador, desde cualquier parte del mundo, pueda conectarse y manejarlo. “Esto posibilita librarte de un montón de trabas que tendría otro sistema”, asegura Silva. Si fuera un auto a control remoto o con un cable, el operador tendría que encontrarse muy cerca de la zona de catástrofe. “En este caso, vos desde cualquier lugar vas a una página, lo podés controlar, podés ver en el mapita por dónde va pasando”.

El funcionamiento es sencillo. Por una lado se necesita a una persona que coloque el robot en la zona de catástrofe. A través de internet se ingresa una dirección y lo que te salta en la pantalla es un mapa de Google maps donde el robot envía información y se va marcando, mediante puntos, el trayecto. Por otro lado se encuentran los botones adelante atrás, derecha, izquierda, “y unos dibujos donde podés ver el estado de los sensores de obstáculos”, cuenta Silva. El operador, la persona que lo controla por Internet, con los controles lo hace moverse y, si en algún momento se choca, dos dibujos sobre los controles lo indican y el operador tiene que mostrarle cómo evadir esos obstáculos.


Realización del proyecto
La idea inicial comenzó a cobrar vida antes de los sucesos de Haití y Chile, a principios del año 2009, Silva y Brenes, le propusieron a sus profesores asesores comenzar la tesis antes de tiempo. Los profesores lo aceptaron y las entregas contribuyentes al proyecto comenzaron a realizarse. El tema del proyecto surgió de la unión de las tecnologías con la que los estudiantes querían trabajar. En último momento tenían la idea de qué hacer, pero no a qué a aplicarlo. Querían utilizar conocimientos pertenecientes al área de programación, sistemas operativos, telemática y robótica. Cuando empezó el semestre y estaban cursando la materia Proyecto final, tuvieron que pensar en un nombre para darle al proyecto y ahí descubrieron en qué querían utilizar sus conocimientos: la búsqueda de supervivientes. Otra de las ideas que se les había ocurrido era una especie de lazarillo para gente ciega que fuera indicando el camino, que es un proyecto muy parecido al que hicieron al final.

Para trabajar los estudiantes se dividieron el trabajo, Silva se concentró más en la parte de hardware, como en desarrollar los motores, para manejar el móvil y Juan en la parte de aplicaciones, lo que se le muestra al operador, como por ejemplo, configurar el sistema Linux.

Marcelo Abreu y Thomas Hobbins fueron los profesores asesores quienes les guiaron en la metodología para realizar el proyecto. “Ellos cumplieron altísimamante y con creces lo que un proyecto necesita para ser excelente”, expresa Abreu, profesor de Telemática y gerente del área de obras en Antel. El profesor destaca que fue un proyecto desafiante porque contempló la mayor cantidad de materias básicas que se dan en telemática. Abreu hace énfasis en lo difícil que es pasar de lo que está escrito en el pizarrón a problemas concretos y reconoce que los estudiantes fueron capaces de superar lo que se había planteado en la carrera e incorporar cosas externas. “Fueron capaces de actuar como un ingeniero”, afirma, “son personas íntegras, humanas, líderes en sus carreras y excelentes profesionales. Pusieron mucha dedicación, no tomaron ningún atajo”. Abreu manifiesta que la telemática es un área que Uruguay necesita. Pero enfatiza en que más que profesionales, en Uruguay hay una fuerte demanda de líderes y personas, que es a lo que la Universidad de Montevideo apunta.

En cuanto a lo que sigue, los alumnos, han presentado a UMix en un llamado de proyectos de grado por la Academia de Ingeniería. Y ahora piensan tomarse un tiempo de vacaciones.



Bianca Soler

jueves, 20 de mayo de 2010

“EL Fútbol es perjudicial para la salud”

Dos son los aspectos que producen comentarios a la hora de hablar de la final del campeonato anual: el primero, ¿quién será el ganador?; el segundo, ¿qué va a pasar a la salida? En Parque Batlle varias opiniones se generan con la atmósfera del clásico. Algunos transcurren tranquilos, otros se cuidan un poco más y tienen sus estrategias para no ser afectados. Pero en todos los casos se reconoce que la salida del Centenario trae consigo incidentes no deseados. Para cada uno sus consecuencias. Puede ser la llegada de un cuida coches extraño para la zona, los insultos de hinchas o, a largo plazo, las perdidas en las ventas. Y a la hora de señalar responsables, se repite la respuesta: es la sociedad de ahora.

“Viste cómo es”, dice El Gitano mientras saluda a dos jóvenes que lucen camiseta y bandera aurinegra, “Yo los trato bien y a mí no me hacen nada”. El Gitano cuida coches en Parque Batlle, paga las cuentas de los vecinos de la zona y hasta deposita plata en el banco. Es de Peñarol pero no tiene problemas con nadie. Prioriza el respeto, “vienen como siempre con sus botellas pero yo no los molesto, les digo: vemos el partido y tranquilo a la vuelta”. Asegura que en sus diez años de trabajo no ha habido complicaciones con las barras. Sin embargo el clásico sí le trae un problema: los cuidadores “truchos”. El Gitano los define como personas que ni siquiera practican el oficio, que vienen a juntar plata, algunos son violentos y más cuando han consumido alcohol. Pero él logra sacarlos.

Horacio Lima, pasea su perrito blanco, se ve calmo, es un vecino de la zona y no ha tenido problemas con los clásicos. Pero le molesta. En los partidos, generalmente, no sale de su casa. Fue socio de Peñarol durante años y se fue del club por los incidentes que sucedían en las hinchadas. Después de los actos violentos de los últimos años dejó de llevar a su hijo y su mujer al estadio.

Los guardas de Cutsa prefieren no hablar. Son anti fútbol. Y “por suerte” ya terminan su turno. Los policías de tránsito, por otra parte, se tienen que quedar un rato más. Y aunque no sean partícipes de la parte de control de los hinchas, son insultados constantemente. “Alcahuete es lo mínimo que te pueden decir. No vienen a disfrutar, vienen a distorsionar”, se queja un joven policía que se encarga de regular el tráfico. Asevera que la violencia la conforma la sociedad de hoy, “que va quemando etapas, que no respeta ni a la autoridad ni a los adultos mayores” y que las personas violentas no tienen clase social, son tanto la clase trabajadora, como alumnos de colegio privado, que tratan a veces de pasar la autoridad alegando conocer a gente importante.

Para los vendedores de banderas y los quiscos, la jornada acontece con normalidad. A veces se ve “alguna que otra piñata” dice Federico, encargado del puesto de Nacional, pero estas son menos ahora que se han hecho los circuitos separados para los hinchas. Se lamentan de que las muchas familias ya no participen de la jornada. Federico se dirige a las pequeñas camisetas y cornetas blancas, azules y rojas para contar que esos productos son los que menos se venden.

Bianca Soler

martes, 4 de mayo de 2010

Estructura de reportaje realizado

Elegí contar esta historia de forma cronológica. La inicié con la reconstrucción de un suceso contado por la entrevistada, Noemí Da Cunha. Luego conecté este hecho con características de la personalidad de Noemí. En unas líneas resumí qué iba a contar y luego empecé. Ya que Noemí es maestra inicié el relato con su vida en la escuela, la que conecté con las palabras de su hijo, Gabriel. En el relato de los sucesos de su vida le otorgué más prioridad a lo hecho en el plano laboral. Para su relación con los alumnos y su vida en la escuela utilicé el testimonio de Julia, alumna de Noemí y el de Lydia, maestra y compañera. Luego relaté en unas líneas su vida personal. Y para hablar de la participación en una cooperativa recurrí al testimonio de Lydia. Finalicé el reportaje con un párrafo dedicado a la trayectoria de Noemí , allí cité a Hugo, compañero de teatro, y luego utilicé palabras de Julia para finalizar.

Estructura de reportaje "La muerte imparable" de Pablo Ordaz

El reportaje pretende dar un panorama de la ciudad Juárez. Para ello este periodista cuenta un fin de semana en la ciudad de la muerte. Su estructura es básicamente un intercalado de hechos con fuentes personales y fuentes documentales.

La muerte imparable comienza con una escena impactante, una escena poco común: un asesinato público en el cual la víctima es un adolescente. Ordaz reconstruye la escena y le agrega datos estadísticos. A través de un suceso concreto (contado con imágenes tanto visuales y auditivas) cuenta la realidad de todos los días en Juárez. Luego utilizando como nexo la misma situación habla de ese muchacho que ya no está y trae la historia al presente. Se detiene en el padre del chico, en su testimonio. Conecta la escena con los informes de la policía y la cobertura en el diario de distintos crímenes.

Vuelve al pasado pero está vez solo se concentra en los datos formales del asesinato (hora, participantes, equipamiento de los federales). Y ahí muestra sus dudas y las respuestas que le dan los federales con un diálogo. De este diálogo toma a uno de los interlocutores para describirlo y a medida que cuenta la historia de este personaje logra enganchar su llegada a Juárez y la historia que él vive ahí. Varios personajes se describen en esos dos días, la actitud de un oficial federal, de un policía, de la madre de un sospechoso (más adelante). Se hospeda en un hotel y cuenta la repercusión que tiene Juárez en el hotel: habla de la llegada de los oficiales federales y logra un nexo con el tema de la corrupción.

Los dos días que él vive le sirven para contar la cotidianeidad de esa ciudad y su vez agregar fuentes documentales y personales como la de “uno de los hombres más poderosos de México” o la de una enfermera o la del procurador Eduardo Medina Mora. De esta manera el reportaje no se estanca y los datos estadísticos pesan más que simples números.

Finaliza su historia dejándola abierta, su final retrata una situación que aún no ha terminado, que va a aseguir existiendo. Para lograr este efecto remata el reportaje con una escena de alto impacto.

martes, 27 de abril de 2010

“Prefiero ser rebelduna y no ovejuna”


“Identifíquese”, le espeta una profesora de educación física a una mujer de parpados brillantes que viste guardapolvo blanco. La ubicación es el Estadio Centenario. El día: 17 de abril de 1977. Unos niños acaban de ensayar para el acto de los Treinta y Tres Orientales. “No. Identifíquese primero usted”, es la respuesta de la mujer del guardapolvo que aparenta unos 35 años. Su tono de voz es seguro y se mantiene así aunque su interlocutora trate de intimidarla. No se ha parado a cantar el himno en un ensayo. Esa es la causa. Cuando se la comunican ella responde: “Esto no es un acto”, y como si se lo explicara a un niño continúa: “Si fuera así, yo todos los lunes en la escuela me tendría que parar porque el profesor de canto todos los lunes canta el himno”. Se llama Noemí y ese día la llevan presa.



Ni cenicienta, ni esposa de vidriera, ni complaciente, ni conformista y, de ninguna manera, oveja. No es nada de eso. Luchó para no serlo. Es rebelde. Rebelde y decidida. Noemí Da Cunha se dispone a ir hacia el sur cuando no la convencen los vientos del norte. Su currículo se desborda: es maestra, actriz de teatro y publicidades, escritora y editora de cuentos en Internet, organizadora de campings y ahora incursiona en la locución. Los alumnos la recuerdan hasta el día de hoy, los compañeros de teatro la admiran y algunos le tienen celos.



Un ventanal enorme muestra con claridad las calles que se acercan al Hospital Clínicas. Sobre una mesa rectangular reposa un ordenador encendido, una notebook Acer. A su izquierda una pequeña estantería con la colección completa de enciclopedias El País. Más acá un pequeño living. Sillones negros con rayas de colores. Una planta afuera. Yo en un sillón. Mimí, Ina o La del implacable lápiz rojo está sentada frente a mí. Sus parpados lucen un crema claro y un cuidadoso negro, sus pestañas. El cabello castaño, corto ondeado con reflejos dorados. Viste una camisa de color oscuro y un pantalón Capri beige. Tiene impresa la sonrisa y el carácter en el rostro. Sus gestos y ademanes son los de un buen contador de historias. Le pregunto por su pasado y Noemí mueve sus pupilas hacia el costado. Mira hacia un punto perdido que solo está al alcance de su memoria. Sus labios gruesos se juntan, titubea unos segundos para ser exacta y, como si tuviera una agenda en sus manos, me dicta la fecha de las experiencias más trascendentes.

Se habían mudado de Rivera a Aires Puros (Montevideo) y el trabajo era escaso. Con padre guarda y madre limpiadora de pisos en la escuela. Esto último le influía en el trato de sus compañeros. Sin embargo, las clases eran sus hadas madrinas. Entraba, participaba. Se destacaba y se olvidaba de que era Cenicienta. Con el maestro Horacio descubrió su amor a la pedagogía. Y participando del fin de un sistema de enseñanza, a los 11 años empezó a estudiar magisterio en el Instituo Normal. Solo primaria y 7 años más era lo que se requería en 1951 para ser maestra. De esta manera Noemí Da Cunha empieza a trabajar en la escuela a los 19 años. “Lo que ha logrado fue a base de sacrificio, de voluntad”, expresa orgulloso Gabriel Eyheragaray, su hijo. “Y siempre está al tanto de todo, sujeta a los avances”.

Su primer trabajo: una suplencia en una escuela de Canelones. Para transportarse se necesita un ómnibus, un taxi y una carreta. Tiene que permanecer ahí de lunes a viernes. A veces la acompaña su padre, a la vuelta recogen los puerros del camino. En el rancho que comparte con sus alumnos, Mimí comparte chorizos caseros y comidas de olla. Aunque están a 60 kilómetros de Montevideo es todo campo. Y de los veintiséis alumnos solo vienen trece. Se turnan para faltar de acuerdo a la temporada de los cultivos. Y así, Noemí avanza, la suplencia se alarga y se queda hasta diciembre. Enseña allí, luego a su misma escuela y en la dictadura la ascienden a subdirectora, después a directora. Aunque no pide nada debe aceptar el puesto. Como directora le revisan su despacho, la llevan presa, la amenazan de ser rebelde. Y ella prefiere ser “rebelduna - así le llama una inspectora un día - a ovejuna”, esto es lo que Noemí responde. Y sigue, no tiene nada que ocultar. Le encanta su trabajo. Y el sistema estructurado no es una traba sino algo que se puede cambiar. De todas formas, los obstáculos son para una mayoría de la que no forma parte.

“Siempre tuve mi personalidad, mi carácter y de puertas adentro siempre manejé yo la clase”, dice. Los programas asfixian a los maestros. Ella ha logrado aflojarse el nudo de la corbata. Empieza sus clases con popurrí de preguntas y de respuestas sobre actualidad. “¿Quién ganó anoche?, ¿cuánto?, ¿dónde se realiza el concurso de ajedrez?, ¿cuál es la temperatura para hoy?”. Julia, una de sus alumnas, expresa el hecho de que a Noemí se inclinaba más a los diarios que a los libros. Quería lograr la conexión entre los niños y el mundo.

“Era la única maestra que no teníamos que pedirle para ir al baño”, recuerda Julia. Y cuando no prestan atención cambia el método. “En la Batalla de Las Piedras, por ejemplo, nadie la escuchaba. Entonces, pegó algún rezongo, nos dividió en dos grupos y actuamos la batalla en la clase”. Lo suyo es personal. No quiere masificar a la clase. No quiere limitarlos de sus responsabilidades. Cada uno de sus alumnos es una persona por separado. No los observa en las pruebas. Porque confía. Si alguien se copia es traición. “Y cuando se enojaba, se enojaba”, se ríe Julia. Pero Noemí no saca a nadie de la clase. No los quiere humillar. “Detrás de un niño, están los padres”. Prefiere charlar a mandarlos a dirección. No incentiva con el castigo, incentiva con el premio. “Nunca di algo”, se apresura a decir. “Ellos aprendían, lo descubrían solos”, expresa. Tampoco los estructura. No hace fila. y siempre está al tanto del universo que viven sus niños. Cuando hay computadora, se compra una computadora y deja de usar el pizarrón. Para el final de la clase un cuento, alegre o triste los alumnos resisten.

Julia la define como extremadamente alegre. Ayudando a eso, el ingenio. Halloween no asusta lo mismo en el colegio que cuando llega Noemí. Se disfraza y nadie sabe. No dice palabra y los alumnos entre intrigados y divertidos juegan a descubrir la identidad del fantasma. Actúa en sus clases. “La fuerte personalidad los dejaba impactados”, asegura Lydia Ferreyra, compañera de Mimí. “La mayoría pedía para estar con ellas, eran pocos los que no lo hacían”. Lo mismo sucede con los almuerzos. La inasistencia se hace presente. Sus anécdotas se necesitan para una buena digestión. Pero algunos chocan. Cuando trabaja en Rivera, las quejas de una colega, hacen que la echen sin explicación. Noemí lo recuerda como de sus peores días, sus ojos se humedecen y respira unos segundos. Aguanta unos días perdiéndose de lo que más ama, y luego, por suerte se aclara la situación, vuelve a su trabajo.

Le pregunto acerca del magisterio del 2010. Muy diferente. Falta vocación. “Hoy es el trabajo con un sueldo aceptable y vacaciones, una carrera que ofrece el contacto con los niños el primer año”. Noemí tiene el contacto a los seis años de estudio, “cuando estabas seguro de que querías ser maestra”. Los profesores del IPA que enseñan la carrera, a veces ni la han terminado. Los del Instituto Normal de hace 50 años son catedráticos: Vaz Ferreira, José Cuneo, Analía Nieto, Carmelo de Arzadun. “Mis pilares”, asegura. “Y no hay uno…”, dice refiriéndose a los maestros actuales “que después de veinte años, no te diga: no veo la hora de jubilarme.”


Mimí termina su trabajo en las aulas. Cuarenta y seis años, cinco meses y 20 días. En el camino ya tiene cuatro hijos, se ha rebelado a un matrimonio regido por la pasividad, “un electroencefalograma plano, una vidriera perfecta. Perfecto: el auto cero kilómetro, yo directora, la casa, él no tomaba, no fumaba, no discutíamos”. En 1984 se va de su casa y luego intercambia alianzas con Pedro, que fue un día el profesor de gimnasia de su escuela. Solo dos hombres en su vida: Lorenzo, su marido, y Pedro, su único amor. Y se lo aclara: “amor es una cosa y marido es otra”.

Noemí se rebela a dejar la escuela tan fácil y jamás la suelta. Le piden que se quede. Decide integrar la cooperativa que está a cargo de su último colegio, el Saint Catherine. Tres años elegida y luego reelegida. Ahí pelea por los derechos de los maestros. Un mes y medio se va de vacaciones, sin goce de sueldo. Cuando vuelve, se encuentra con que los salarios se pagan el quinto día hábil, en vez del quinto día del mes. Entonces pide una reunión para revisar eso.

Noemí actúa la escena. “Y vino el gerente de Santander y se puso en la silla así”. Noemí se sienta bruscamente con el respaldar hacia delante y sostiene su cabeza con una mano. Su gesto y voz imitan a un tipo desganado e informal. “¡Noemí, todo el mundo paga el quinto día hábil, Noemí! ¡No jorobes!”. Bello, Francisco Bello. Ella le dice Pancho. Les escucha, espera una semana y pide otra reunión con la directiva. Se niega a cambiar la fecha de pago. Cuando todos los integrantes llegan Noemí toma la silla y se sienta igual que Pancho. Y aplica sus dotes de actriz: “Sabés una cosa Pancho, llegué a mi casa y me senté igual que vos, porque me dije: ¿capaz que sentada así lo veo igual que Pancho? Y vos sabés que no. Sigo pensando que no se puede pagar el quinto día hábil. Porque ANTEL le viene antes a la gente, UTE le viene antes, y hay que pagar recargo”. Y ese día los salarios vuelven a su paga normal. Sólo en excepciones será el quinto día hábil.

“Ella cuando se mete en algo lo hacía en cuerpo y alma”, dice Lydia Ferryra, colega de Noemí. “Cuando se fundió el Saint Catherine, ella siempre andaba con los abogados para logra que nos pagaran”.

Finaliza su trabajo en la cooperativa. Y se niega a dejar de meterse en actividades. Ya hace siete años que hace teatro. De ahí a la publicidad. Es la señora que prepara las empanadas Avanti, después del partido. Tiene memoria. Lo dice Hugo, uno de sus compañeros: “Un día se aprendió un monólogo de carilla y media en dos horas”. Y el curriculum continúa, se rebela a dejar el magisterio y lo practica corrigiendo textos de Internet y publicando los propios en el sitio Ciudad Seva. A su vez acompaña a su esposo en campings que organiza el Banco Hipotecario. Y hoy graba demos para entrar en el mundo de la locución. Todo esto es Noemí que se rebela a decir a su edad. Pero cede en una cosa: a que le griten su nombre, con signos de exclamación. Es la diva de la escuela. Julia dice que es la única maestra que recuerda.

Bianca Soler.

martes, 20 de abril de 2010

Sin esposa y sin partido.

No había derecho. Realmente no lo entendía. Nadie podía pensar que el fútbol eran solo hombres detrás de una pelota sobre todo si jugaba Lionel Messi. Llegó a su casa tres minutos antes del partido. La tele, unas papas fritas y una cerveza fría eran lo único que necesitaba para ser feliz. Pero la felicidad tenía un precio.

Faltan dos minutos y Bigboy Cheverevere aprieta la bolsa de papas chips con un brazo mientras que en el otro lleva dos pequeñas botellas de la popular bebida alcohólica. “Niños, el partido”, anuncia pero el sillón sigue ocupado y la tele dicta dibujos animados. “Niños, fuera, que quiero ver el partido”. No parecen escuchar, ¡esos chiquillos! Los intenta sacar, los niños se quejan. Minutos perdidos. Los niños siguen ahí, enganchados con lo que dicen ser “su programa favorito”. Insiste pero nada.

Y luego, lo que faltaba: seis años de matrimonio parados frente a la puerta del living. “Déjalos, es su programa favorito”, dice Grace, su mujer. 20:45: ya está saliendo el Barça y a Bigboy se le hincha una vena. “No, exijo que me dejen ver el partido, lo exijo”. Nadie hace nada. Y el olor del pasto fresco del Camp Now retumba en su mente. Sin pensarlo, empieza a desenchufar la tele y desconectar los cables. Los niños chillan. Sin embargo, su esposa se limita a tomar el teléfono. Unos minutos más tarde escucha una sirena. Cherevere visualiza la escena: Grace que quiere el divorcio, junto a la tele apagada y los hombres uniformados que entran a la casa. El hecho de que el delantero argentino le haya metido 4 goles a los ingleses ya no es, ni siquiera, un premio consuelo para Bigboy.

Bianca Soler

jueves, 15 de abril de 2010

¿Dónde está el autor que dijo todo eso?

“La fatua arrasó con todo lo demás”, revela Saman Rushdie redimido de la condena de muerte que tuvo por su libro Los versos satánicos. Devorador desde pequeño de todo tipo de literatura, este autor, según expertos merecedor del premio nobel, revela su verdadero rostro. Él tiene una solución para los resentidos: “No hay nada más fácil que impedir que un libro nos ofenda. Basta con cerrarlo”.

Una estrella en el mundo de la pequeña delincuencia.

La han detenido 120 veces. Nadia, rumana, de trece años se dedica a desplumar personas que retiran dinero de sus cajeros, ha llegado a sustraer 900 euros en una jonda. La cantidad de infracciones se han convertido en un problema para las leyes españolas que ahora se disputan por el límite de impunidad para adolescentes.

Rosario Flores en defensa de la intimidad

“Aunque seas la madre Teresa de Calcuta, te harán la vida imposible”, dice Rosario Flores. Conoce su profesión y asegura que la música no siempre da para comer. Y aunque la prensa venda discos se niega a que le hagan su vida imposible. A los 14 años se negó a participar en la prensa rosa y su casamiento lo realizó en secreto. Ella solo quiere que la dejen vivir.