martes, 20 de abril de 2010

Sin esposa y sin partido.

No había derecho. Realmente no lo entendía. Nadie podía pensar que el fútbol eran solo hombres detrás de una pelota sobre todo si jugaba Lionel Messi. Llegó a su casa tres minutos antes del partido. La tele, unas papas fritas y una cerveza fría eran lo único que necesitaba para ser feliz. Pero la felicidad tenía un precio.

Faltan dos minutos y Bigboy Cheverevere aprieta la bolsa de papas chips con un brazo mientras que en el otro lleva dos pequeñas botellas de la popular bebida alcohólica. “Niños, el partido”, anuncia pero el sillón sigue ocupado y la tele dicta dibujos animados. “Niños, fuera, que quiero ver el partido”. No parecen escuchar, ¡esos chiquillos! Los intenta sacar, los niños se quejan. Minutos perdidos. Los niños siguen ahí, enganchados con lo que dicen ser “su programa favorito”. Insiste pero nada.

Y luego, lo que faltaba: seis años de matrimonio parados frente a la puerta del living. “Déjalos, es su programa favorito”, dice Grace, su mujer. 20:45: ya está saliendo el Barça y a Bigboy se le hincha una vena. “No, exijo que me dejen ver el partido, lo exijo”. Nadie hace nada. Y el olor del pasto fresco del Camp Now retumba en su mente. Sin pensarlo, empieza a desenchufar la tele y desconectar los cables. Los niños chillan. Sin embargo, su esposa se limita a tomar el teléfono. Unos minutos más tarde escucha una sirena. Cherevere visualiza la escena: Grace que quiere el divorcio, junto a la tele apagada y los hombres uniformados que entran a la casa. El hecho de que el delantero argentino le haya metido 4 goles a los ingleses ya no es, ni siquiera, un premio consuelo para Bigboy.

Bianca Soler

1 comentarios:

Juan Pablo De Marco dijo...

Futbolizado el tipo.

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